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| Foto: Marco T. Marin |
Una palabra de aliento para quien
ha perdido un hijo
(Con especial amor y dedicación para: Columba, Emiro,
Yolanda, José Manuel, Irma, Marilis, William y el Dr. Salas)
Querido lector, esto que escribí
es una reflexión hecha desde la distancia, desde la paz, con la intención de brindar
a un padre o una madre (o a ambos) algún aliciente en el duro proceso de
aceptar la muerte de un hijo o una hija. Espero haberlo logrado al final.
Voy a hablarte desde el fondo de
mi corazón, como si conversara conmigo misma.
Tengo que situarme al margen de mi propio dolor y poder, al menos,
mostrarte que es posible la paz en este instante, aunque no exista poder alguno
que haga llegar una sonrisa al maltrecho corazón de una persona que ha perdido
a su hijo.
Cuando perdí a Jomarf, hasta mi
propio cuerpo me molestaba, lo sentía extraño e incómodo. La vida, el mundo que
me rodeaba, los afectos, colores, sonidos y sabores, comenzaron a perder sentido para mí y comprendí que tenía
que tocar el fondo para poder empinarme, conseguir un apoyo y seguir el
camino…sin él.
Comencé por comprender (o más
bien asimilar) que aún tenía cosas que hacer, que había otras personas que me
necesitaban, que no podía yo morir con él, ni hubiera podido morir por él, como
era mi deseo más profundo.
Él murió, y la persona que yo era
también lo hizo, aunque no físicamente. Él murió y mi ser se transformó de raíz
para poder volver a aprender la vida, de otra forma, con otra mirada, desde una
nueva persona, mucho mejor que la anterior.
Creo firmemente que la conexión
que se establece entre una madre o un padre y un hijo es, en la escala del
amor, la más sublime, el lazo de amor más sólido y perfecto que hay. Por tanto
es un lazo irrompible, que la ausencia no puede destruir. Creo firmemente que
nos encontraremos de nuevo como seres perfectos de amor y de luz divina. Pero
si esa idea te resulta difícil de entender o creer, piensa que tu amor no muere
con la persona y ese sentimiento es un soporte.
A partir de ese momento me
concedí el permiso para llorar cada vez que tenga ganas de hacerlo y aún lo
hago con frecuencia, el llanto limpia. Sin embargo han desaparecido las
lágrimas que, antes, derramaba por cosas que consideraba dolorosas o tristes
(antes de la muerte de mi hijo).
Me concedí también el permiso para
intentar comunicarme con mi hijo de cualquier forma. He leído sobre la muerte
todo lo relacionado. He sentido las respuestas a mis peticiones: cuando más
desalentada estaba, recibí siempre una señal. Cuando eso me sucedía, corroboraba
que era cierto, créelo, vive esa certeza y dispón tu alma para APRENDER. Solo
disponiéndome a aprender he podido seguir el camino y sostenerme.
La vida es un magnífico segundo
de eternidad, que sirve para aprender y para crecer como seres, en ese aprendizaje;
nuestra alma, nuestro espíritu seguirá creciendo más allá de este envoltorio
físico que nos permite vivir en este mundo.
Si hay algo disperso en la familia,
la muerte de un hijo puede hacer que nos fortalezcamos todos en el amor para
aprender juntos a vivir de nuevo, eso sucedió en mi familia, no solo en mi
núcleo familiar sino también en la familia más extendida.
Por todo esto es que me atrevo a
sugerirte estas cosas:
- No estés solo(a), apóyate en tu familia, en tus amigos. El amor de todos, sus oraciones, su compañía, se expande como la luz cuando las tinieblas parecen tragarnos y sumirnos en las profundidades de la tristeza.
- Abre tu corazón al amor de los tuyos, déjate acompañar. La soledad no hará más que profundizar el dolor. Pero permítete estar solo(a) cuando desees pensar, relajarte, reflexionar, meditar o hacer una oración.
- Ocúpate, no te inmovilices, procura acostarte cansado(a), que tu cuerpo pida el descanso, el sueño será profundo y reparador y te hará mucho bien. Al acostarme todos las noches, hacía y aún hago una oración (muy personal porque no aprendí nunca a rezar cosas de memoria) y pedía a Dios o a esa energía universal que me permitiera soñar con mi hijo, verlo, aunque fuera en sueños y he podido soñar con él muchas cosas que han sido un aliciente para tener la certeza de que, al morir, somos muy bien cuidados.
- Por algún tiempo, su energía, su espíritu, estará cerca de ustedes. Háblale, no temas, te escuchará: dile lo que salga de tu corazón, pero dile también que estarás mejor si él o ella está bien, si te hace saber eso. Pon atención a todo, hasta lo más mínimo, te dará claras señales y lo sabrás. Tal vez esas señales sean muy simples, pero te hará saber que está bien y tu podrás creerlo.
- Haz lo que desees hacer, trátate con cuidado, no veas, oigas o hagas cosas que te hagan recordar el dolor, no veas noticias desagradables. Todo tu ser estará frágil, sensible y no ayudará nada insistir en el dolor, no permitas que los demás hurguen en tu dolor, aunque lo hagan con las mejores intensiones.
- Cuando estés mejor y puedas sonreír cuando lo nombres, él o ella proseguirá su camino. Eso no quiere decir que se separará de ti: el amor es eterno, no conoce la muerte.
- Encuentra los motivos para seguir. Plantéate en la mañana conseguir un motivo por el cual vivir ese día específico y así el otro día y el otro. No pienses en el futuro, no tomes decisiones apresuradas basadas en el dolor. Agradece siempre en la noche haber encontrado ese motivo cada día.
Hoy, cuando vuelvo mi
pensamiento, me doy cuenta que mis lágrimas de ahora son por la persona que
creía ser sin él, por el dolor que me produce recordar la persona que fui
después de su muerte, por recordar el miedo y el dolor que sentía. Hoy mis
oraciones son siempre para agradecer por todo lo positivo que puedo encontrar
en mi vida (al principio cuesta mucho conseguirlo, pero siempre hay algo
positivo) y para pedir bendiciones a todos los seres humanos y por el planeta
entero.
Espero que mis reflexiones te fortalezcan. Para ti mi mano amiga y mi
corazón abierto.
(Foto: Marco T. Marín)

Con tus palabras he revivido emociones y recuerdos eternos. Me resulta extrañamente humano cómo podemos crecer en el dolor. Y encontrarnos en él. Un ABrazo
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